El reloj marcaba las 11:30 p. m. del 05 de noviembre, cuando de repente mi papá aparece en la sala todo cabizbajo diciéndome que lo acompañe a un lugar, bastante denso, donde mayormente las personas van a depositar toda su esperanza. Hablo de una sala de emergencia de un hospital, pues en esos momentos el ambiente en mi casa estaba totalmente lleno de aflicción y melancolía. Pero ¿Por qué todos estábamos así? ¿Qué era lo que nos hacía sentir tan angustiados? , la simple y llana respuesta era que mi bisabuela estaba grave y teníamos que ir a verla.
Aquella mujer amorosa, risueña llena de energía y con un gran historial por detrás gracias a sus largos 87 años había caído grave a causa de la edad. Recuerdo perfectamente que ella adoraba estar en las reuniones familiares junto con sus hijos, nietos y bisnietos. Se le notaba la alegría por el brillo de sus pequeños ojos oscuros que hacía conjunto con esa sonrisa tan sincera, realmente era una mujer inminente y no lo digo por el aspecto físico si no por el aspecto emocional.
Siendo exactamente las 12:00 pm, cuando llegamos al hospital, automáticamente tratamos de ubicar a nuestros familiares entre las personas descansando en los asientos, quizás esperando respuestas a sus dudas ya sean buenas o malas. Cuando vi a mis tíos, recordé sus caras en los almuerzos familiares todos estaban sonrientes, sin embargo, ese día era todo lo contrario: una que otra sonrisa consoladora para el saludo, pero de ahí, no más. Claramente se les notaba su preocupación a tal situación y era totalmente comprensible. Después de eso, mi papá y yo nos sentamos a esperar nuestro turno para ver a nuestra querida abuela.
Cuando agarré mi celular, me di con la sorpresa que ya eran las 3:00 a.m., así que entramos a la habitación donde se encontraba nuestro familiar. Al abrir la puerta nuestros ojos se dirigieron automáticamente hacia mi bisabuela, pero al rato me llamo mucho la atención el ambiente, ya que habían otros pacientes, cabe recalcar que es un hospital y ahí juntan a los pacientes, sea cual sea la situación. Había cuatro pacientes, primero un niño junto con su mamá, un abuelo solitario, un delincuente y mi bisabuela.
Eran personas con diferentes historias que los unía una fría habitación de un hospital, al niño parece que lo habían operado del apéndice, probablemente tenía 7 años y su mamá siempre estaba a su costado acompañándolo y protegiéndolo. El abuelo estaba solo, se encontraba semi echado, no tenía compañía y tenía un gran bigote blanco. El delincuente estaba esposado y al costado había un policía; al parecer había sido herido de bala, tenía tatuajes y cicatrices. Si aparentaba ser un delincuente a decir verdad.
Luego de ver todo eso, quise quedarme en el lugar. Todo estaba callado, hasta que el delincuente hizo un comentario, que dijo: “Si dios existiera, realmente no dejaría que las criaturas estén en un lugar como este” refiriéndose claramente por el niño. Mi mente dijo: ¡El delincuente es ateo! o así lo parece .El niño solo atinaba a buscar a su mamá con la miraba (la madre había ido por medicina).
Cuando volteaba a ver al abuelo con su gran bigote blanco, notaba que estaba sereno pero que nadie lo venía a ver, al menos al delincuente lo venía a visitar un policía, pero aquel hombre de mayor edad nadie, hasta que apareció una mujer que le trajo algo de comer, al parecer estos personajes ya llevaban más de un día ahí juntos.
Después de unas horas, cuando el sonido del reloj sonaba fuerte por el terrible silencio de la habitación, como a las 4:00 a.m., el delgado delincuente, se había encariñado con el pequeño, porque conversaban sobre superhéroes y otras cosas. Incluso le dijo a la madre que cuando salieran de aquí le iba a hacer regalos al niño. La madre soló hizo un gesto de gratitud más no le decía nada.
Cuando la mujer le estaba acomodando sus sábanas al solitario anciano, la mamá del pequeño le preguntó si ella era su hija, a lo cual la mujer respondió que era su nuera, que este señor tiene tres hijos pero que no lo vienen a ver. La razón no la dijo así que todo quedó en duda.
A todo eso, mi querida bisabuela solo descansaba. Mi familia venía a verla, ya que en ningún momento se quedó desolada. Todos sus hijos, nietos y bisnietos que estuvieron en esos momentos más alegres también estuvieron en los momentos más difíciles, reconocía a los que le hablaban, incluso me reconoció a mí y eso me alegró de alguna u otra forma.
Horas más tarde , a eso de las 5:00 a.m., cuando mi papá y yo ya habíamos regresado a casa, después de descansar un rato, entró una llamada a las 2:19 p.m., sí, mi bisabuela había fallecido. Todo fue un alboroto por los papeleos. Pero sé que ella ya estaba descansando y quedó con la idea que toda su familia estuvo presente, hasta el último día.
Por Alexandra Diaz Penas